Para vengar la muerte de Agamenón, caudillo de
los griegos en la guerra de Troya, asesinado el día de su regreso a su casa de la guerra
por su mujer, Clitemnestra, y por el amante de ella, Egisto, y para cumplir la
voluntad de los dioses, Orestes los mató a ambos. Orestes era hijo de Agamenón
y de Clitemnestra, o sea que al matarla cometió matricidio. Las Erinias o Furias eran seres mitológicos
que condenaban los crímenes de los hijos contra los padres (1) y acosaron a
Orestes continuamente después del asesinato. No lo dejaban tranquilo, y por
momentos lo enloquecían llevándolo a Orestes a desear el suicidio. Para aplacarlas, la
pitonisa del oráculo de Delfos le ordenó a Orestes que fuera a Táuride, cuyo
rey era Toante, y robase una antigua imagen de la diosa Ártemis, hecha en
madera, y la llevase a Atenas o a Argólide.
Los
taurios eran un pueblo que realizaba sacrificios humanos y la imagen de Ártemis
presidía algunos de esos sacrificios. Orestes embarcó rumbo a ese lugar acompañado
por su amigo Pílades.
Ifigenia era hija de Agamenón y Clitemnestra, hermana
de Orestes. Había sido sacrificada en el puerto de Áulide porque la flota
griega, carente de vientos, no podía zarpar rumbo a Troya; un oráculo había
predicho que para que soplaran los vientos ella debía ser sacrificada. El sacrificio se celebró y los vientos soplaron, pero a último
momento la salvó Ártemis rodeándola con un manto de nubes, y la llevó a Táuride, donde la nombró sacerdotisa del templo y le otorgó derechos exclusivos sobre su imagen. Ifigenia aborrecía los sacrificios humanos pero respetaba la
voluntad de Ártemis.
Orestes y Pílades creían que Ifigenia había sido
sacrificada en Áulide, viajaron a Táuride en una nave con cincuenta remeros. Al
llegar se escondieron en una cueva marina. Los encontraron unos pastores, que
primero los creyeron una pareja de inmortales, pero luego, desengañados, se los llevaron al rey
Toante, quien los envió al templo de Ártemis para ser sacrificados.
En el templo Ifigenia y Orestes se reconocieron como hermanos,
se alegraron mucho de reencontrarse, Orestes le contó el propósito de su viaje, e
Ifigenia lo ayudó. Cuando transportaban la imagen de Ártemis, llegó Toante.
Ifigenia le dijo astutamente que había demorado el sacrificio de los extranjeros porque
Orestes era un matricida y Pílades lo había ayudado a cometer ese terrible crimen, que
los debía purificar junto con la imagen en la orilla del mar, donde debía
realizar un sacrificio de corderos. Toánte debía quedarse en el templo, para
purificarlo con una antorcha, en tanto que el resto del pueblo debía permanecer
en sus casas para no contaminarse con la infamia. Toánte lo creyó. Así Ifigenia, Orestes y Pílades
fueron hasta el mar donde, después de un combate con los sacerdotes que los habían
seguido, en el que participaron los remeros, embarcaron. Después de otra serie
de aventuras en la isla de Esmintos, donde mataron a Toánte, que los había perseguido, llegaron a Micenas, donde las Erinias
dejaron por fin de perseguir a Orestes.
Pero
los espartanos sostienen que Orestes viajó con la imagen a Esparta donde se
convirtió en rey. Allí la escondió en un bosque de sauces. Durante siglos nadie
supo dónde se encoentraba la imagen hasta que dos príncipes de la casa real
entraron en el bosque y dieron con ella. Al ver lo horrible que era
enloquecieron.
La
llevaron a Esparta y la imagen provocó peleas entre los devotos de Ártemis.
Muchos murieron a causa de esas reyertas, y otros más poco después, debido a una
peste. Un oráculo aconsejó aplacar la imagen empapando el suelo del altar de
Ártemis con sangre humana. Entonces los espartanos decidieron elegir mediante
un procedimiento de azar la víctima de un sacrificio que se celebraría
anualmente. Ese ritual se repitió durante años hasta que el rey Licurgo lo
prohibió por estar en contra de los sacrificios humanos. En su lugar ordenó que
azotasen a unos niños en el altar de Ártemis hasta que sus cuerpos exudaran
olor a sangre. Los niños espartanos competían entre ellos para
recibir los azotes. La sacerdotisa, durante el castigo, sostenía la imagen de
madera, que aunque pequeña y liviana, debido a los sacrificios que le habían ofrecido
en Táuride había adquirido tal deseo de sangre humana que cuando los azotes que
se aplican a los niños no eran lo suficientemente fuertes y severos, debido a
tratarse de niños de familias nobles o por ser niños muy bellos, ganaba peso y
la sacerdotisa, que ahora apenas podía sostenerla gritaba a los que aplicaban
el castigo, que golpeasen a los niños más fuerte porque no podía soportar el
peso de la imagen de Ártemis.
(1) Es interesante el sesgo de las Erinias. Podían castigar un matricidio, como en este caso, con gran ferocidad, pero no castigaban la infinidad de casos de madres y padres que abandonaban a sus hijos recién nacidos en algún monte o lugar desolado, para que muriesen, porque una profecía les había advertido en contra de ellos u otros motivos. Reflexión del responsable del blog.
Fuente: de Robert Graves "Los mitos griegos".
Fuente: de Robert Graves "Los mitos griegos".
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