Guarda griega

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martes, 31 de diciembre de 2013

Anteo, el gigante hijo de la Madre Tierra

Heracles, de regreso a Micenas del úndecimo encargo que Euristeo le mandó, tomar las manzanas de oro que crecían en las ramas de un árbol regalado por Gea (Madre Tierra) a la diosa Hera, mientras nuestro héroe atravesaba Libia, se encontró con el rey Anteo.

Anteo era un gigante hijo de Gea y el dios Poseidón. Solía pelear con quienes pasaban por su país, los obligaba a sostener un combate con él. Primero los extenuaba y luego los mataba. Guardaba los cráneos de sus víctimas con la intención de techar un templo dedicado a su padre. Aparte de su tamaño, Anteo tenía otra ventaja que lo volvía casi invencible. Renovaba sus fuerzas cuando estaba en contacto con la tierra. Anteo se refugiaba en una cueva abierta debajo de una alta roca, se alimentaba de carne de leones y dormía directamente sobre el suelo para conservar o aumentar aún más su enorme fuerza. Gea su madre estaba orgullosa de él.

No se sabe si Heracles decidido a terminar con esa bárbara costumbre y lo desafió a la lucha o el retador fue Anteo. Heracles y Anteo se quitaron las pieles de león con que se cubrían, Heracles se untó el cuerpo con aceite y Anteo con arena caliente, para renovar sus energías. La estrategia de Heracles era cansarlo, pero se dio cuenta que después de tirarlo al suelo los músculos de Anteo se hinchaban y renovaba su vigor. En determinado momento de la lucha fue el propio Anteo quien se arrojó al suelo sin que Heracles siquiera lo tocara. Como se ve, la manera de luchar de Anteo era opuesta a la forma más general, en que el derrotado es quien rueda por el suelo. Comprendiendo lo que sucedía, Heracles levantó a Heracles con sus brazos y lo mantuvo en alto mientras le rompía las costillas. Y a pesar de los fuertes gemidos que daba Gea, lo sostuvo en esa posición hasta que Anteo murió.  

Hay quienes dicen que ese combate se libró en la ciudad de Lixo, a ochenta kilómetros de Tánger, en Mauritania. Y que un túmulo de tierra que se puede ver allí es la tumba de Anteo. Los nativos creen que si  se retira tierra de ese túmulo, lloverá hasta que la tierra se restituya. Se cuenta que cuando Sertorio tomó Tánger quiso saber si era verdad que Anteo había sido tan grande como decía la tradición. Entonces abrió su tumba y encontró un esqueleto que medía sesenta codos. Inmediatamente la volvió a cerrar y ofreció los sacrificios debidos a un héroe a Anteo.

Fuentes: 
Robert Graves, Los mitos griegos
Robin Hard, El gran libro de la mitología griega



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