De regreso
a Micenas, mientras Heracles cumplía uno de los doce trabajos que Euristeo le ordenó, cuando precisamente arriaba los bueyes de Geríones para llevárselo a Euristeo, a la altura del golfo Adriático la diosa Hera, que
siempre le había tenido inquina a Heracles y había tratado de perjudicarlo de
muchas maneras, envió un tábano que asustó a los bueyes, que huyeron a Tracia y
aún más allá, al desierto de los escitas. Heracles
los persiguió hasta allí, y una noche con lluvia y frío se envolvió en su piel
de león y se durmió profundamente en una colina cubierta de piedras. Antes había desuncido las yeguas de su carro para que pastaran, y al despertar no las encontró. Las buscó por muchas
partes. Cuando entró en una zona boscosa llamada Hílea, una voz lo llamó desde
una cueva. Pertenecía a un ser mitad mujer y mitad serpiente identificada con Equidna. Le dijo
que le devolvería las yeguas sólo si antes él se convertía en su amante.
Heracles entonces la besó tres veces y la criatura lo abrazó con pasión. Una vez que terminaron, ella dijo que había quedado embarazada de tres hijos, y le preguntó a Heracles si cuando se hicieran hombres debía enviárselos a él o debían quedarse en aquel lugar del que ella era la dueña. Heracles le dijo que
aquel de los tres que doblara su arco como él lo doblaba y se ciñese su cinturón como él se lo ceñía, se convertiría en el gobernante del país, en tanto que
debía desterrar a los otros dos. Entonces le dejó uno de sus dos arcos y el cinturón,
de cuyo broche colgaba una copa de oro. Los hijos que parió Equidna se llamaron Agatirso, Gelono y Escites. Los dos mayores fallaron en cumplir las tareas impuestas por Heracles, y
el tercero pudo cumplirlas. Así Escites se convirtió en gobernante del país, y desde entonces todos los reyes escitas se
ciñeron un cinturón del que colgaba una copa de oro.
Fuentes:
Robert Graves, Los mitos griegos.
Pierre Grimal, Diccionario de mitología griega y romana.
Pierre Grimal, Diccionario de mitología griega y romana.
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