Guarda griega

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sábado, 15 de marzo de 2014

El adivino Melampo cura la impotencia de Íficlo y ayuda a su hermano Bias a casarse



Melampo fue un gran adivino que tuvo como descendientes adivinos de renombre. Amaba a su hermano llamado Bias.

Se cuenta que los poderes proféticos y la facultad de entender lo que dicen los animales, Melampo los adquirió de la siguiente manera. Cuando era joven vivía en el campo, en Pilos. Unos de sus sirvientes una vez encontraron el nido que unas serpientes habían hecho en el hueco de un roble, cerca de la casa, y las mataron. Al enterarse Melampo recogió unos leños y quemó sus restos. También se hizo cargo del cuidado de sus crías. Tiempo después, mientras Melampo dormía, tal vez en agradecimiento las serpientes que criaba lamieron sus oídos.

Bias estaba enamorado de Pero, hija de Neleo, que como tenía muchos pretendientes su padre había impuesto como condición que Pero se casaría sólo con aquel que le diera a él los ganados del rey Fílaco, que vivía en Tesalia. Como robar ese ganado era una tarea muy difícil, porque lo custodiaba un perro que era un excelente guardián que nunca dormía, Bias pidió ayuda a su hermano. Melampo vaticinó que él conseguiría los ganados, pero sólo a costa de un año de prisión. Entonces fue a robarlos, lo detuvieron y encarcelaron. Cuando se había cumplido el año, una vez escuchó a dos gusanos de la madera hablar. Uno preguntó cuáles eran los pilares del calabozo que le faltaba carcomer, y el otro contestó que ninguno. Entonces Melampo pidió que urgentemente lo cambiasen a otro lugar. Y cuando lo trasladaron, el calabozo se derrumbó.  Informado del suceso Fílaco, se dio cuenta que Melampo era un adivino y fue a verlo.

Le contó que su hijo Íficlo era impotente. Si Melampo lo curaba prometió que no sólo le devolvería su libertad sino que le daría el ganado. Melampo aceptó el trato, sacrificó a Apolo dos toros y quemó sus fémures en su propia grasa. Luego dejó los despojos de los animales frente al altar. Dos buitres se les acercaron y se pusieron a conversar entre sí. Dijeron que la impotencia de Fílaco se debía a que cuando era niño había acompañado a su padre al campo, que debía castrar unos carneros. En determinado momento Íficlo había hecho una travesura, entonces Fílaco lo había asustado corriéndolo con el cuchillo ensangrentado. Para curarlo, le dijo uno de los buitres al otro, se debía encontrar ese cuchillo, que había quedado clavado en el tronco de un roble sagrado o de un peral salvaje, y al que la corteza del árbol con los años lo había cubierto completamente dejando a la vista sólo el mango, se debía recuperar, y debía rasparse el óxido que había dejado en el metal la sangre de los carneros castrados, y hacérselo beber a Íficlo mezclado con agua.durante diez días. Así lo hizo Fílaco y al tiempo Íficlo le dio un nieto llamado Podarces. Fílaco cumplió su promesa, le dio la libertad y el ganado al adivino, y Melampo así pudo conseguir que Bias se casara con Pero.  

Fuentes:
Robin Hard, El gran libro de la mitología griega
Robert Graves, Los mitos griegos


sábado, 8 de marzo de 2014

Medea, Jasón y el asesinato de Pelias, rey de Yolco



Cuando Jasón volvió a Yolco acompañado por su mujer, la hechicera Medea, y por los argonautas, a bordo del Argo, después de robar el vellocino de oro, tenía razones como para desear la muerte de Pelias, rey de Yolco.

Se habría enterado por el piloto de un barco que Pelias daba a los argonautas por muertos en una tempestad, y que entonces se había sentido en libertad de matar a los padres de Jasón. Esón, su padre, había pedido elegir la forma de suicidarse, y habiéndosele otorgado ese privilegio había bebido sangre de toro. Polimela, madre de Jasón, se había matado con una daga. A Prómaco, hermano infante de Jasón nacido después de que partiera en busca del vellocino de oro, Pelias le había roto el cráneo golpeándoselo contra el piso.

Jasón quiso atacar Yolco, pero Acasto, el hijo de Pelias que lo había acompañado en la aventura, se negó a desenvainar su espada contra su padre, y los otros argonautas, sabiendo que la guarnición de Yolco era poderosa, prefirieron volver a sus propios lugares y juntar una fuerza militar para atacar la ciudad recién entonces.

Medea dijo que ella lograría matar a Pelias y entregarles la ciudad con las puertas abiertas, como para que la tomaran.  Para eso ordenó a las doce esclavas feacias que le habian regalado Alcínoo y Arete, que se vistieran de forma extraña. Ella, por su parte, adoptó la apariencia de una mujer vieja, y juntas llevaron consigo una imagen hueca de Ártemis que  Medea había encontrado en la isla de Ánafe. Medea y sus esclavas se pusieron en marcha no sin antes pedirle a Jasón y a los argonautas que se escondieran y escondieran el Argo.

Medea y sus esclavas llegaron a la ciudad proclamando que la visitaban para llevar la buena suerte a Yolco. La multitud se reunió en torno a ellas. También Pelias acudió a verlas. Medea dijo que la diosa Ártemis la había enviado para -en agradecimiento por los homenajes que Pelias le tributaba- rejuvenecerlo, de modo que pudiera tener más hijos ahora que Acasto, el hijo que se había unido a los argonautas había muerto, con todos los otros, en un naufragio. Para probar que tenía el poder del rejuvenecimiento cambió nuevamente su apariencia, dejando de lado la vieja arrugada y mostrándose ahora como una mujer joven, tal como en la realidad era.  Luego tomó un carnero viejo, lo cortó en trece partes, lo hirvió en un caldero y pronunció unos ensalmos en idioma de la Cólquide, que la gente de Yolco no entendía, y mostró entonces, para el asombro de todos, un cordero joven, producto en realidad de un truco, porque lo había mantenido oculto todo el tiempo en el hueco de la imagen de Ártemis. Pelias ahora totalmente convencido del poder de la hechicera, accedió a someterse al rejuvenecimiento. Medea lo durmió con un hechizo y le pidió a sus tres hijas que lo cortaran en partes con cuchillos tal como habían visto que ella había hecho con el cordero viejo. Una de las hijas se negó a matar al padre, pero las otras dos empuñaron los filos e hicieron el trabajo. Luego Medea las llevó al tejado del palacio, cada una con una antorcha, para que mientras los trozos del cuerpo de Pelias hervían en el caldero, invocasen a la luna.

La luz de esas antorchas en el tejado del palacio eran, en realidad, la señal que Medea había convenido con Jasón para hacerle saber que Pelias estaba muerto y que la ciudad, indefensa, podía ser tomada.

Jasón cedió el reino de Yolco a Acasto, temiendo su reacción por lo que le habían hecho a Pelias, y aceptó el destierro a que lo condenaron. Las dos hijas que mataron a su padre sin saberlo también fueron desterradas. Al día siguiente del crimen se celebraron juegos fúnebres en honor a Pelias, de los que participaron los argonautas, que ganaron algunas de las competencias.

Fuente: Robert Graves, Los mitos griegos 



martes, 4 de marzo de 2014

Frixo, hijo de Atamante y Néfele, y el origen del vellocino de oro



Se cuenta que el rey beocio Atamante se casó con Néfele (Nube, supuestamente una diosa menor) y fueron padres de un niño, Frixo, y una niña, Hele. Al tiempo Atamante repudió a Néfele (o ella lo abandonó), entonces se casó con Ino, hija de Cadmo, rey de Tebas, con quien también tuvo hijos.

Como Ino no quería a sus hijastros, es más, los odiaba,  ideó una forma de eliminarlos. Convenció a las mujeres del lugar para que a escondidas de sus maridos tostasen las semillas que serían destinadas para la siembra el año siguiente. Cuando las semillas no germinaron, Atamante envió a alguien a consultar el oráculo de Delfos. Ino entonces lo interceptó y sobornó para que a su regreso dijera que la sacerdotisa le había dicho que para que la siembra fuera exitosa y terminara así la hambruna, Atamante debía sacrificar a Frixo y a Hele en homenaje a Zeus. Atamante por supuesto no quería. Debió sacrificarlos por la presión del pueblo al enterarse del oráculo. Pero cuando los estaban llevando al altar, Néfele les envió un carnero prodigioso, que podía volar y estaba cubierto por vellón de oro. Ella había recibido ese carnero de Hermes, mensajero de Zeus. Los niños montaron el carnero y escaparon rumbo al este. Mientras volaban sobre el estrecho que separa Europa de Asia, Hele cayó del cordero y se mató. De allí que ese lugar tomara el nombre de Helesponto, que quiere decir "mar de Hele". Frixo siguió viaje y llegó a Cólquide, sobre la costa oriental del Mar Negro, donde sacrificó el carnero en agradecimiento a Zeus Phyxios (Zeus de la Huida) y regaló el vellón de oro a Eetes, soberano del lugar, para ganarse su favor. Eetes aceptó el presente, lo dedicó al dios de la guerra Ares, lo hizo colgar de un roble de un bosque de Ares cercano a Ea, ciudad donde Eetes tenía su palacio, y lo hizo custodiar por un dragón que nunca dormía.  Y si bien era un hombre cruel y enemigo de los extranjeros, impresionado por el vellón de oro, aceptó a Frixo en su corte y le ofreció la mano de su hija Calcíope, con la que Frixo tuvo cuatro hijos.

Fuente:
Robin Hard, El gran libro de la mitología griega 


domingo, 2 de marzo de 2014

Jasón y los argonautas perdidos en el desierto, en Libia



Durante el regreso de Jasón y los argonautas a Grecia, ya con Medea a bordo y casada con Jasón, mientras navegaban por el mar Mediterráneo, cerca de Sicilia, un viento norte muy fuerte los empujó durante nueve días hacia la costa de África, y una gran ola arrastró al Argo al interior de Libia. Al retirarse la ola se encontraron con que los había dejado varados en la tierra, en medio de un desierto inanimado. Los argonautas sintieron entonces que iban a morir, pero mientras dormía, en su sueño una diosa local le dio ánimos a Jasón. Impulsado por esa confianza montaron el Argo sobre rodillos y lo empujaron por el desierto, a lo largo de varios kilómetros, hacia el lago Tritonis, labor que les insumió doce días. Los argonautas habrían muerto de sed de no haber hallado un manantial que había hecho surgir del suelo recientemente Heracles, que había pasado por allí para dar cumplimiento a uno de sus doce trabajos.

En el transcurso de su estancia en Libia dos argonautas murieron. A Canto lo mató un pastor porque quiso robarle una oveja. Los compañeros de Canto lo vengaron. Y Mopso, uno de los adivinos que llevó Jasón a su aventura, pisó una serpiente. En Libia eran comunes las serpientes, según se decía, porque Perseo había pasado por allí llevando la cabeza cortada de la Medusa, y las gotas de su sangre que habían caído en la tierra les habían dado origen.

Al término de los doce días los argonautas botaron el Argos en el lago de agua salada Tritonis, navegaron por él, pero no encontraban salida y no sabían cómo volver al mar. Antes de salir de Grecia, Jasón había visitado el oráculo de Delfos y la pitonisa le había dado dos trípodes de bronce macizo. Los trípodes eran objetos sobre los que la pitonisa se sentaba para emitir los oráculos. El argonauta Orfeo aconsejó entonces a Jasón que utilizara  uno de los trípodes para propiciar a los dioses locales. Así lo hizo y se les apareció Tritón, un dios marino, que también se considera el dios de ese lago. Se les apareció bajo el aspecto de Eurípilo. Dio un puñado de tierra al argonauta Eufemo como un presagio de la ida de sus descendientes a Cirenaica (Libia) y señaló a los griegos el río Tacape, por el que debían tomar para llegar al Mediterráneo.  En el agua Tritón arrastró al Argo tirándolo de la quilla hasta que alcazaron el mar.

Fuentes:
Robert Graves, Los mitos griegos
Pierre Grimal, Diccionario de mitología griega y romana
Robin Hard, El gran libro de la mitología griega 

sábado, 1 de marzo de 2014

Équeto, el brutal rey de Epiro, y su hija Métope



En Epiro vivía Équeto, un rey cruel y brutal. Se dice de él "espanto de los mortales". Cuando Odiseo aún no había recuperado el trono en Ítaca, y vivían en su palacio los pretendientes de Penélope, el principal de estos, llamado Antínoo, había amenazado a un mendigo de nombre Iros para forzarlo a hacer lo que él quería con enviarlo a Équeto. Le había dicho que Équeto le cortaría la nariz, las orejas, y le arrancaría los genitales para dárselos de comer a los perros.

Lo que se conoce de Équeto es lo siguiente. Su hija Métope  había tenido amores con un tal Ecmódico. Cuando Équeto se enteró, mutiló o hizo mutilar a Ecmódico (¿lo castró?), y a Métope la cegó clavándole en los ojos agujas de bronce. Luego la encerró en una torre y le dio granos de cebada hechos de bronce o de hierro, y un pesado molino, y prometió que si lograba molerlos y hacer harina con ellos, recuperaría la vista.

Fuentes:
Robin Hard, El gran libro de la mitología griega
Robert Graves, Los mitos griegos
Pierre Grimal, Diccionario de la mitología griega y romana