"Acteón,
el nieto de Cadmo, fundador de la ciudad de Tebas, caza con sus compañeros. Ya
han matado varias animales. Tiene fieros y veloces perros que lo ayudan en la
tarea, persiguiendo y acosando a las presas. Pero ya hace mucho calor. El sol
está en el centro del cielo y decide dejar la cacería para la fresca alba del
día siguiente. Están cera de un valle poblado por un bosque consagrado a
Artemis, diosa virgen, hija de Zeus y Leto, hermana de Apolo. Cerca de allí hay
una gruta y un curso de agua limpia. Artemis, que también estuvo cazando, acude
a ese refugio en busca también de descanso. La asiste su cortejo de ninfas. Les
entrega sus armas. Las ninfas la desnudan, la descalzan, recogen su cabello.
Llevan agua en grandes vasijas. Mientras la diosa se está bañando entra a la
gruta inesperadamente Acteón, que no sabe que allí adentro hay alguien.
Inmediatamente las ninfas tratan de ocultar a Artemis con sus cuerpos, pero
ella es demasiado alta. La diosa se sonroja. Se coloca de costado. Entonces recoge
agua con las manos y la arroja al rostro y el pelo del hombre que la ve
desnuda. Le dice: "Puedes
ir a contar que me has visto desnuda, si es que eres capaz. Tienes mi
permiso". Y al decir
esto a Acteón le salen cuernos, se le prolonga el cuello, se le afinan las
orejas, las manos se transforman en pies, sus brazos en largas patas. Además su
cuerpo es cubierto por una piel con manchas. Para completar el cambio ahora
Acteón siente miedo. Corre por el bosque entonces el nieto de Cadmo. Se
sorprende de la velocidad que alcanza en su carrera. En un espejo de agua
contempla su rostro, que no es el de siempre, coronado ahora por cuernos.
Quiere decir palabras pero sólo le brotan gemidos. Las lagrimas le mojan los
ojos. La transformación lo trastoca todo salvo su inteligencia, que se mantiene
intacta. No sabe qué hacer, si volver al palacio o permanecer en el bosque. La
vergüenza lo frena para lo primero y el miedo para lo otro. Esa indecisión lo
inmovilizan. Entonces su jauría de perros lo ve. Lo persiguen. El conoce a cada
uno de ellos. Aquel curó de una herida de jabalí. Aquella participa de la
cacería con sus cachorros. Reconoce al infatigable en la carrera. Al más
valiente y feroz. Metamorfoseado Acteón huye. Les grita quien es, pero las
palabras no brotan de su boca y los perros no lo reconocen. Melanquetes es el
primero que lo hiere. Lastima su lomo. Luego lo muerde Terodamantes. Oresítrofo
lo retiene clavando sus dientes en su hombro. Entonces lo alcanza el resto de
la jauría que muerde, desgarra. Ovidio
cuenta que ya no queda parte sana en la anatomía del pobre animal. Acteón gime
y llora. Emite sonidos que no son humanos, pero que no podría emitir ningún
animal. Parece suplicar "ya basta". Pero sus compañeros, que no saben
que el ciervo en realidad es el nieto del gran Cadmo, su amigo y camarada, lo
llaman, porque desde que entró en la gruta escondida entre los árboles nadie lo
ha visto, "¡Acteón! ¡Acteón!" dicen, y mientras tanto azuzan a la jauría
que continúa hasta el final con su tarea destructiva y cruel.
Dicen que
hasta que la vida de Acteón no se extinguió, la hermana de Apolo, la hermosa y
casta Artemis, no sació su ira."
Transcripción
libre del correspondiente pasaje
de
"Metamorfosis", de Ovidio.
Cuenta
Pierre Grimal que luego los perros estuvieron buscando en vano a Acteón, y que
llenaban el bosque con sus lastimeros gemidos reclamando a su amo. Durante esa
inútil búsqueda llegaron a la cueva donde vivía el centauro Quirón, que compadecido
de su tristeza modeló una estatua con la imagen humana de Acteón.
Fuentes:
"Metamorfosis", de Ovidio.
"Diccionario de Mitología Griega y Romana", de Pierre Grimal
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