Según
Robert Graves, Deméter, la diosa de la fecundidad de la tierra o de la tierra
cultivada, y entre todos los cultivos especialmente del trigo, no era proclive
a los castigos ni a las venganzas. Era un ser amable, pero esa norma general
tuvo alguna excepción.
El pueblo
de los pelasgos (pueblos anteriores a la llegada de los helenos a Grecia) había
plantado en Dotio un bosque en honor a Deméter, y cuando el bosque ya había
crecido, una vez llegó Erisictón con veinte criados y se pusieron a talar
árboles sagrados. Querían la madera para hacer una sala de banquetes. Deméter
se les acercó disfrazada de Nícipe, sacerdotisa del bosque, y le explicó
amablemente a Erisictón la naturaleza de ese bosque pidiéndole que por favor
dejaran de talarlo. Pero Erisictón la amenazó con el hacha. Entonces Deméter
furiosa hasta lo indescriptible le recomendó que continuara talando árboles,
porque necesitaría realmente una sala de banquetes. Y efectivamente, Erisictón
a partir de ese momento no paraba de comer. Comía sin medida y sin descanso, y
por más que comiera la comida no saciaba su hambre. Además con la comida
adelgazaba. Así se comió todo su ganado, sus caballos, sus mulas. Finalmente se
comió el gato. Cuando no le quedó más nada, cuando su hacienda quedó reducida a
cero debido a su apetito insaciable, debió mendigar por las calles y comer de
la basura.
Según
cuenta Robin Hard llegó a vender a su hija Mestra como esclava para conseguir
dinero para comer. Mestra era o había sido amante de Poseidón y el dios la
transformaba en un ser distinto cada vez que ella se lo pedía. Así, la primera
vez que Erisictón la vendió, Mestra se escapó de su dueño convertida en
pescador, y las siguientes veces que fue vendida, escapó transformada en
distintos animales.
Fuentes:
Robin Hard,
El gran libro de la mitología griega
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