Cuando
Jasón volvió a Yolco acompañado por su mujer, la hechicera
Medea, y por los argonautas, a bordo del Argo, después de robar el vellocino de oro, tenía
razones como para desear la muerte de Pelias, rey de Yolco.
Se habría
enterado por el piloto de un barco que Pelias daba a los argonautas por muertos en una tempestad, y que entonces se había sentido en libertad de matar a los
padres de Jasón. Esón, su padre, había pedido elegir la forma de suicidarse, y
habiéndosele otorgado ese privilegio había bebido sangre de toro. Polimela,
madre de Jasón, se había matado con una daga. A Prómaco, hermano infante de Jasón
nacido después de que partiera en busca del vellocino de oro, Pelias le
había roto el cráneo golpeándoselo contra el piso.
Jasón quiso atacar Yolco, pero Acasto, el hijo de Pelias que lo había acompañado en la
aventura, se negó a desenvainar su espada contra su padre, y los otros
argonautas, sabiendo que la guarnición de Yolco era poderosa, prefirieron
volver a sus propios lugares y juntar una fuerza militar para atacar la ciudad recién entonces.
Medea dijo que ella lograría matar a Pelias y entregarles la ciudad con las
puertas abiertas, como para que la tomaran. Para eso ordenó a las doce esclavas feacias
que le habian regalado Alcínoo y Arete, que se vistieran de forma
extraña. Ella, por su parte, adoptó la apariencia de una mujer vieja, y juntas llevaron consigo una imagen
hueca de Ártemis que Medea había
encontrado en la isla de Ánafe. Medea y sus esclavas se pusieron en marcha no sin antes pedirle a Jasón y a los argonautas que se escondieran
y escondieran el Argo.
Medea y sus
esclavas llegaron a la ciudad proclamando que la visitaban para llevar la buena
suerte a Yolco. La multitud se reunió en torno a ellas. También Pelias acudió a verlas.
Medea dijo que la diosa Ártemis la
había enviado para -en agradecimiento por los homenajes que Pelias le tributaba- rejuvenecerlo, de modo que pudiera tener más hijos ahora que Acasto,
el hijo que se había unido a los argonautas había muerto, con todos los otros,
en un naufragio. Para probar que tenía el poder del rejuvenecimiento cambió
nuevamente su apariencia, dejando de lado la vieja arrugada y mostrándose ahora
como una mujer joven, tal como en la realidad era. Luego tomó un carnero viejo, lo cortó en
trece partes, lo hirvió en un caldero y pronunció unos ensalmos en idioma de la
Cólquide, que la gente de Yolco no entendía, y mostró entonces, para el
asombro de todos, un cordero joven, producto en realidad de un truco, porque lo
había mantenido oculto todo el tiempo en el hueco de la imagen de
Ártemis. Pelias ahora totalmente convencido del poder de la hechicera, accedió a someterse al
rejuvenecimiento. Medea lo durmió con un hechizo y le pidió a sus tres
hijas que lo cortaran en partes con cuchillos tal como habían visto que ella había hecho con
el cordero viejo. Una de las hijas se negó a matar al padre, pero las otras dos
empuñaron los filos e hicieron el trabajo. Luego Medea las llevó al tejado
del palacio, cada una con una antorcha, para que mientras los trozos del cuerpo de
Pelias hervían en el caldero, invocasen a la luna.
La luz de
esas antorchas en el tejado del palacio eran, en realidad, la señal que
Medea había convenido con Jasón para hacerle saber que Pelias estaba muerto y
que la ciudad, indefensa, podía ser tomada.
Jasón cedió
el reino de Yolco a Acasto, temiendo su reacción por lo que le habían hecho a
Pelias, y aceptó el destierro a que lo condenaron. Las dos hijas que mataron a
su padre sin saberlo también fueron desterradas. Al día siguiente del crimen se
celebraron juegos fúnebres en honor a Pelias, de los que participaron los
argonautas, que ganaron algunas de las competencias.
Fuente: Robert Graves, Los mitos griegos
Fuente: Robert Graves, Los mitos griegos
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